"Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya."
(Génesis 3:15)
El Edén fue el primer hogar de la humanidad, un lugar de paz, pureza y armonía con Dios. Sin embargo, en ese paraíso perfecto, la serpiente sembró duda y engaño. Eva, seducida por la promesa de ser como Dios, decidió comer del fruto prohibido. Adán, en lugar de confiar en la Palabra divina, siguió su ejemplo. En ese momento, el pecado entró en el mundo, fracturando la relación con el Creador.
El enemigo utiliza la misma estrategia hoy: nos hace creer que nuestra opinión y deseos son más importantes que la voluntad de Dios. El pecado distorsiona nuestra visión, llevándonos a tomar decisiones equivocadas que nos alejan de su plan. Adán y Eva, antes confiados y libres, ahora estaban llenos de temor. Se escondieron, no solo físicamente, sino también espiritualmente.
Pero Dios, en su misericordia, no los abandonó. En lugar de destruirlos, les dio la primera promesa de redención. Génesis 3:15 es el primer anuncio del evangelio: un Redentor vendría a aplastar la cabeza de la serpiente. Jesús, el segundo Adán, restauraría lo que el pecado destruyó.
Elena de White lo confirma: "En su gran misericordia, el Señor indicó a la pareja culpable el plan de salvación" (Patriarcas y Profetas, pág. 61).
Hoy, Dios sigue llamándonos con amor. Tal vez sientes que te has alejado, pero Él pregunta: ¿Dónde estás? La invitación sigue en pie. Podemos regresar a su presencia y vivir bajo su gracia.
Invitación:
No permitas que el pecado te aparte de Dios. Acepta hoy su redención y renueva tu comunión con Él.