"Había gigantes en la tierra en aquellos días... Estos fueron los valientes que desde la antigüedad fueron varones de renombre."
(Génesis 6:4)
En la antigüedad, la humanidad poseía una fuerza, estatura e inteligencia superiores a las actuales. La Biblia menciona la existencia de gigantes, hombres poderosos que impresionaban por su físico y hazañas. Sin embargo, lo que Dios observa en el ser humano no es la apariencia exterior, sino el carácter.
El mundo mide la grandeza por la estatura, el poder o los logros. Dios, en cambio, tiene un estándar diferente. En los días de Noé, los hombres eran fuertes y de gran capacidad, pero su corrupción crecía al mismo ritmo que su fuerza. Se volvieron violentos, arrogantes y totalmente indiferentes a Dios.
Elena de White describe su estado:
"Los hombres no alcanzaban la madurez tempranamente ni agotaban rápidamente sus fuerzas. Eran de un orden elevado, fuertes y claros en pensamiento... pero su iniquidad era desenfrenada" (BEcho, 1 de julio de 1887).
La historia nos recuerda que Dios no se impresiona con la apariencia externa. Lo que realmente le importa es el carácter. La verdadera grandeza no está en la fuerza física, sino en la fidelidad a Dios y la pureza del corazón.
Invitación:
No busques la grandeza como el mundo la define. Enfócate en lo que realmente importa: un carácter conforme a Dios. Esa es la talla que cuenta para la eternidad.