“¿Cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:9)
En una sociedad donde la integridad parece negociable y los valores morales se flexibilizan según la conveniencia, mantener principios firmes puede parecer anticuado o incluso perjudicial para el éxito personal. Sin embargo, la verdadera prosperidad espiritual florece en el terreno de la fidelidad inquebrantable a Dios.
José, aun en la adversidad de la esclavitud, demuestra que la presencia de Dios transforma cualquier circunstancia en oportunidad para el testimonio. Su ascenso en la casa de Potifar refleja cómo la excelencia profesional y la integridad moral pueden coexistir armoniosamente. No obstante, el éxito trae consigo sus propias tentaciones.
La propuesta seductora de la esposa de Potifar pone a prueba no solo su moral, sino su comprensión de la fidelidad a Dios. La respuesta de José revela una verdad fundamental: el pecado no es simplemente una transgresión contra normas humanas, sino una ofensa contra Dios mismo. Su firme rechazo, aun a costa de su libertad y posición, demuestra que la verdadera integridad no se negocia por beneficios temporales.
Elena de White destaca este ejemplo de fidelidad. “La fe y la integridad de José habían de ser probadas por terribles tentaciones... Sus principios eran firmes; ni siquiera la seducción de su ama pudo hacerle desviar del sendero de la rectitud” (Patriarcas y Profetas, p. 214).
Llamado:
Las tentaciones pueden presentarse disfrazadas de oportunidades, prometiendo beneficios inmediatos a cambio de pequeñas concesiones morales. La pregunta crucial no es “¿Qué ganaré?” sino “¿Cómo afectará esto mi relación con Dios?”