Entonces, cuando hablamos de la fidelidad en la iglesia o con nuestros hijos, no debemos simplemente argumentar que la causa de Dios necesita recursos y que la misión debe avanzar y, por lo tanto, debemos ser fieles. Lo que sí debemos enfatizar es cómo el egoísmo se apodera de nuestro corazón cuando no somos fieles a Dios.
Imagina, por ejemplo, un niño que recibe una mesada de diez dólares de sus padres y devuelve un dólar de diezmo y otro dólar de ofrenda. En cinco años habrá devuelto sesenta dólares de diezmo y otros sesenta dólares de ofrenda. Este dinero ciertamente no causará un gran impacto en la predicación del evangelio en el mundo, pero es capaz de causar un gran impacto en el carácter de este niño durante cinco años.
Lo que es más importante para Dios no es la diferencia monetaria que hará nuestra ofrenda, sino la diferencia que hará al revelar dónde está realmente nuestro tesoro. Por lo tanto, soy fiel no porque recibiré algo a cambio, no porque la causa de Dios dependa de mí, sino porque entiendo el papel de la fidelidad en la transformación de mi carácter.