“Yo soy el Buen Pastor y conozco mis ovejas, y las mías me conocen˝ (Juan 10:14).
SIEMPRE HE VIVIDO en una ciudad, por lo que no sé mucho de pastores y rebaños. Sin embargo, en los tiempos bíblicos, ver pastores y ovejas era algo habitual. En casi todas las colinas había uno o dos rebaños de ovejas que, apacibles, pastaban o, tendidas en el suelo, rumiaban moviendo las mandíbulas. El de pastor era un oficio respetable. Algunos pastores eran propietarios de sus propias ovejas, mientras que otros eran asalariados.
Jesús predicaba a menudo al aire libre y solía usar las cosas comunes del entorno para ilustrar la idea que quería enseñar. Por tanto, era natural que hablara de pastores y ovejas. Aquel día, los que lo escuchaban entendieron qué les decía porque todos conocían el oficio de pastor.
Cierto día, Jesús dijo que él es como un buen pastor; la gente asintió porque entendieron lo que quería decir. ¿Y usted?
¿Qué hace bueno a un pastor? Un buen pastor conoce a todas y cada una de sus ovejas. Conoce sus necesidades, sus gustos y sus distintas personalidades. El buen pastor no trata a todas las ovejas por igual. La que es vieja y coja necesita que la espoleen de vez en cuando. El cordero joven a veces necesita que lo lleven en hombros. Otras ovejas son juguetonas y traviesas, por lo que el pastor tiene que evitar que se separen del rebaño; si no, se perderían o se las comería un animal salvaje.
Un buen pastor llama a cada oveja por su nombre. Jesús contó una historia sobre un pastor que tenía cien ovejas. Son muchos nombres para recordar. Jesús dijo que sus ovejas oían su voz y que él las llamaba por su nombre (ver Juan 10:3).
El buen pastor antepone las necesidades de sus ovejas a las suyas propias. Las deja descansar cuando están cansadas y camina despacio cuando en el rebaño hay corderos. Encuentra refugio para ellas durante las tormentas y busca una sombra para protegerlas cuando el sol aprieta.
Llamado:
Una clase de infantes de la Escuela Sabática había estudiado el Salmo 23 y a una niña le preguntaron si podía recitar de memoria el primer versículo. Respondió que sí y, poniéndose en pie, dijo: “El Señor es mi pastor; no necesito nada más˝. Eso es todo lo que necesitamos.