A pesar de estar en prisión, José mantuvo su integridad y su conexión con Dios. No permitió que la injusticia lo amargara ni que el resentimiento nublara su juicio. En vez de esto, se mantuvo dispuesto a servir a otros, confiando en que Dios obraría a través de él. Su ejemplo nos enseña que aun en los momentos más oscuros, podemos ser instrumentos de la gracia divina.

Elena de White reflexiona sobre esta actitud: "José consideraba que el ser vendido a Egipto era la mayor calamidad que podría haberle sucedido; pero vio la necesidad de confiar en Dios como nunca antes lo había hecho cuando estaba protegido por el amor de su padre. José llevó a Dios consigo a Egipto, y ese hecho se hizo evidente por su conducta alegre en medio de la aflicción" (Patriarcas y Profetas, p. 214).